(2a Corintios 8:9)
Desde que la humanidad empezó a esparcirse
sobre la tierra, quedó establecida la gran controversia entre pobres y ricos,
los que tienen menos envidiando a los que tienen más; éstos despreciando muchas
veces y explotando a los pobres con el fin de ser más ricos.
Y en el ir y venir de la vida y de las
generaciones ha ocurrido, en el terreno social, alguna de estas tres cosas:
pobres que se han hecho ricos por haberles favorecido rápidamente la fortuna;
ricos que han caído en la pobreza por razones inversas, y también ricos que han
ayudado a personas pobres a subir de nivel social. Pero nunca se ha dado, en el
terreno humano, el suceso que se expresa en nuestro texto: Un rico hacerse
pobre voluntariamente para enriquecer con su pobreza a muchísimos desvalidos de
la más pobre con alción. Sin embargo, este es el significado de
todo el Evangelio. Se ha dicho que la Navidad es el Evangelio en miniatura, y
es una maravilla. Supon que encuentras este texto en un libro profano, con
el nombre sustituido. No podrías creer la inverosímil historia; sin embargo,
así fue en grado superlativo en el caso de la venida de Cristo al mundo.
Consideremos reverentemente este portentoso suceso, usando un poco nuestra
imaginación.
En el acontecimiento de el nacimiento de Cristo, se
destacan tres maravillas:
1. La riqueza de Cristo
¿Quién es el que nació tan humildemente en
el pesebre de Belén? (Juan 1:14 y Colosenses 1:15-17). «El Verbo»; «la
imagen del Dios invisible; el primogénito de toda criatura». No porque
fuera una criatura, pues existió desde toda la eternidad en el seno del Padre
como parte integrante de la Divinidad, en potencia y en esencia; sino por ser
el mismo la Vida; la causa y razón de la existencia de todas las criaturas.
Entre éstas, se encuentran, en primer
lugar, los ángeles. ¡Qué hermosos y poderosos son! Estos maravillosos seres
pudieron darse cuenta de su existencia (facultad que también nosotros tenemos,
pero no los animales) y sin duda empezaron a preguntarse la razón de su existir
y a adorar a su Creador.
El Espíritu Divino hizo otra cosa
maravillosa; creó y puso en movimiento el éter universal invisible (Hebreos
11:3); organizó la materia, los átomos, polvo del Universo, y de ellos los
mundos. No sabemos cuántos millones de siglos transcurrieron, pues no lo dice
la Biblia. La ciencia trata de investigar la edad de la materia y asegura que
puede saberse. La materia no es eterna, pues de la nada, nada puede salir.
En este pequeño planeta llamado Tierra
apareció la vida por el poder del Espíritu de Dios que se movía sobre el haz de
las aguas. Vida vegetal; después vida animal, peces, aves, cuadrúpedos. ¿Qué se
proponía el Creador? Crear un ser de materia estática, apto para servir de
morada a un espíritu. El espíritu, ligado a la materia, la cual usaría como
instrumento. Los animales, hacía millones de años que existían sin haber hecho
nada de sí ni por sí mismos; pero aquel ser extraordinario, de materia y
espíritu, colaboraría con Dios para hacer de todo este globo un gran paraíso.
Dios le iría revelando las leyes de la materia y el hombre construiría cosas
maravillosas: edificios, carreteras, máquinas, instrumentos adecuados para
proporcionarse una vida más grata y más fácil. Por supuesto, este ser de
materia y espíritu, conocedor de sí mismo y
del
paso del tiempo, no tendría que morir.... Henchiría la tierra de seres felices
que disfrutarían de todas las maravillas de la creación hasta límites
insospechados.
Podemos imaginarnos que los seres
celestiales deseaban conocer la causa de tantas maravillas hasta que ocurrió lo
que describe Hebreos 1: «El Verbo de Dios, que existía con el Padre desde la
Eternidad, el unigénito Hijo, fue dado a conocer a los ángeles, y fue adorado y
ensalzado por todos los seres creados. Todos reconocieron que era un Ser Único
con el que no podían compararse. Por esto le ensalzaba toda la creación. Era
inmensamente rico, pero no en el sentido humano, limitado y pasajero, sino en
el sentido más real y absoluto.
Era rico en poder.... Su voluntad era ley,
y tenía millones de seres dispuestos a cumplirla.
Era rico en posesiones.... En el gráfico lenguaje
hebreo leemos: «Pídeme y te daré por posesión tuya los términos de la
tierra.» (Más literalmente, del Cosmos, o sea, del Universo.) (Salmo 2:8.)
Suyos eran todos los materiales preciosos.... Suya cada estrella....
Era rico en amor...., pues era amado del
Padre, del Espíritu Santo y de los ángeles....
Era rico en gloria.... No cesaban de alabarle y
adorarle todos los órdenes de criaturas, ángeles, arcángeles, querubines,
serafines. Todos los habitantes del Universo le dirigían los cánticos de
Apocalipsis 4:11 y 5:13.
2. Su humillación
a) El motivo. — Uno de los ángeles
se rebeló contra Dios y su representante visible por el cual fueron creados los
cielos y la tierra (Colosenses 1:18). No supo apreciar la diferencia entre él,
un ser creado y el Unigénito del Padre, un Ser increado. Como era el más bello,
elevado y luminoso de los ángeles, Lucifer creía que debía ser el único
representante del Creador y debía recibir adoración. Cuando fracasó en su impío
intento, y fue desterrado, vino a este mundo, que acababa de llegar al estado
propio para albergar seres vivos inteligentes, y en el cual Dios había hecho
esta cosa nueva: Poner un ser espiritual dentro de un envoltorio de materia y....
todos conocemos la historia: Engañó miserablemente a los primeros habitantes
del mundo, persuadiéndoles a desobedecer a Dios. Les insinuó los primeros
pensamientos de desconfianza. Entró en el mundo el pecado, la ruina, la muerte.
Entonces fue revelado el plan que el Omnipotente tenía previsto desde la
eternidad: De la simiente de la mujer vendría Uno que tomaría carne humana....
un Ser glorioso que desharía la obra del maligno, sufriendo por los
pecadores.... ¿Quién sería?
b) La inmensidad de su humillación,
vista desde arriba. Podemos imaginarnos a los ángeles intrigados ante el
anuncio del plan divino de la Redención. Figurémonos una conversación entre
Miguel y Gabriel:
—Oye, tú, capitán de las huestes del
Señor, ¿has oído el propósito del Eterno? ¿A quién enviará? ¿A ti o a mí?
—Hermano arcángel —respondería el
interpelado—. Yo nunca diré que no, si el Todopoderoso me lo ordenara. ¿Pero
sabes tú lo que es estar atado a la materia...., que te sujete por los pies la
fuerza magnética del cosmos, y tengas que moverlos para trasladarte de un lado
a otro? ¿Has visto cómo recorren distancias ridículas los seres de materia....
y cómo se cansan y sufren? Además, el prometido Mesías tendrá que padecer, no
sólo los inconvenientes de estar atado a un cuerpo material, sino mucho más.
¿Has oído lo que le ha dicho Dios al maligno engañador?: «Tú le herirás en
el calcañal.» Nosotros no sabemos lo que es sufrir...., ser heridos,
morir....; pero he visto cuando un animal devora a otro. ¿Viste lo que sufrió
Abel cuando Caín le hirió....? ¡Y cuando sean millones de hombres semejantes a
Caín, tan ruines, tan egoístas, tan faltos de amor, será terrible para el pobre
ser celestial que le toque ir a semejante mundo....!
Podemos
imaginarnos que un día cundió en los cielos la gran noticia:
—¿Sabes quién va a la tierra a redimir a
los hombres? ¡Nada menos que el Unigénito! ¡El Verbo de Dios!
—¿Es posible? ¿Y se hará hombre? ¿Será
como uno de ellos? ¿No aparecerá sobre la tierra como una teofanía y
desaparecerá cuando le plazca?
—¡No, no! Que ha de nacer, tomar verdadera
carne humana; ser hombre y morir por los hombres. ¡Tal es el misterioso y
sublime plan divino!
c) Las razones de su profunda
humillación. — Podemos continuar imaginándonos la conversación angélica:
—¿Y dónde irá a nacer el Mesías de Dios,
el Redentor? Estaría muy bien si naciera en uno de los palacios de la India, o
bien en la corte de Roma. Hay allí un emperador muy grande, Octavio César, que
ha dominado veinte naciones, y es bueno.
—¿Bueno? —interrumpiría otro ser angélico?
Pregúntalo al ángel de su guarda. ¿Y la emperatriz? Al fin y al cabo, debería
ser hijo de ella, no de él. ¡Hay más suciedad en su corazón, orgullo, vanidad,
despotismo.... ¿Sabes cómo trata a las esclavas?
—Además, cuando ocurriera su muerte
redentora, le atribuirían un carácter político; no parecería una ofrenda
voluntaria de amor. Por otra parte, sabes que los reyes están rodeados de ricos
orgullosos, y no se acercan al pueblo.
—En Atenas hay unos hombres muy sabios,
los filósofos —irrumpiría otro ángel—. ¿No sería allí el lugar más adecuado?
—De ningún modo. Se confundiría su
enseñanza con la de aquellos maestros; se atribuiría a sabiduría humana. Y
estos mismos hombres, ¿sabes cómo tratan a la gente del pueblo? ¿A sus prójimos?
Les llaman plebe, rechazan a los ignorantes....
Podemos imaginarnos a otro ser angélico
interrumpiendo:
—¡Habéis olvidado una cosa, hermanos!
¿Para qué sacó Dios a Israel de Egipto e hizo tantas maravillas? Aquí están las
profecías! ¡El Espíritu Santo no se equivoca! El Mesías ha de ser un
descendiente de David y nacerá en Belén (Miqueas 5:1). Ya se va acercando el
tiempo.
—¡Pero si en Israel no hay rey! ¡Si
dominan los romanos! ¿Cuántos años tendrán que pasar antes de que los
descendientes de David vuelvan a estar en el trono y puedan proveer un hogar
digno al Mesías príncipe?
Podemos imaginarnos, finalmente, a Gabriel
viniendo alborozado a la corte angélica para decirles:
—¡Ya sé dónde nacerá el Mesías! ¡El Eterno
me ha comisionado para llevar el mensaje!
—¿A quién?, ¿a dónde?
—A María, una doncella hija de Joaquín y nieta de Eli.
Es una jovencita excelente, que vive en Nazaret... ¡Si hubieseis visto el
espanto que le tomó al verme!
d) La lección de su humildad. — Aun
podríamos imaginarnos otra escena de alegría entre los seres celestiales en
aquella noche memorable en que los ángeles cantaron «¡Gloria a Dios en las
alturas!» Este es el lugar —dirían los seres celestiales admirados ante el
pesebre— abierto a todo el mundo; no hay aquí lacayos ni soldados. ¡Cuan
humilde y pobre, pero qué acertado! Aquí pueden acudir toda clase de gentes. ¡Y
qué lección va a ser para los ricos orgullosos, a través de los siglos, que
para celebrar el inefable acontecimiento tengan que preparar unas toscas ramas
y unas pajas para que contrasten con su lujo y su orgullo! ¡Qué sabio es
nuestro Dios, Pablo describe el gran misterio con estas sobrias palabras:
«Dios, venido el cumplimiento del tiempo envió a su Hijo hecho de mujer....»
Escogiendo una doncella humilde, pura, dócil, preparó al Verbo un cuerpo sin
pecado.
Así,
el que era grande, se hizo pequeño; el que era rico, se hizo pobre; el que era
glorioso, se mostró humilde.
Pobre en su nacimiento, en un mísero establo.
Pobre en su vida. El que era dueño
absoluto de las riquezas celestiales, tuvo que decir a un presunto seguidor
(Mateo 10:20 y Lucas 9:58).
¡Cuántas veces sufriría cansancio! (Juan
4:1).
Padeció hambre (Mateo 21:19; Marcos
11:13).
Supo lo que era tristeza (Juan 11:35).
Experimentó el dolor, hasta el punto de
merecer el calificativo de «Varón de dolores»; se humilló (o se hizo pobre)
hasta lo sumo.
3. Enriquecidos por su pobreza
La última parte de nuestro texto declara
el motivo y el resultado de tan trascendental cambio: Enriquecer a muchos: Para
que con su pobreza fuésemos nosotros enriquecidos.
Enriquecer a otro con los bienes propios
no tiene nada de particular, pero hacerlo con (o mediante) la pobreza, es
inverosímil. Pero así era necesario. Dios no podía enriquecer espiritualmente a
seres pecadores; habría sido inmoral y perjudicial. Poned dinero y poder en
manos de un hombre perverso. ¿Cuál será el resultado? Era indispensable para
enriquecer a su pueblo, que el Mesías divino quitara el pecado; cumpliera las
exigencias de la justicia y transformara los sentimientos de los hombres
mediante su amor. Esto lo realizó con su humillación, a causa de su pobreza.
(Véase anécdota El sacrificio de la señorita millonaria.)
De este modo somos enriquecidos:
1) Por el perdón de nuestras deudas
morales; pues deudas son nuestros pecados, deudas a la santidad de Dios, así lo
expresa Jesús en el Padrenuestro. No podéis enriquecer a una persona sin
pagarle las deudas....
2) Adoptándonos como hijos (Efesios 1:3-5
y 11:12; Juan 1:12 y 1.a Juan 3:1-5). (Véase anécdota Por amor de Carlos.)
3) Haciéndonos coherederos con Cristo
(Romanos 8:17 y 1.a Corintios 3:21).
Por esto nos
sentimos tan unidos al niño de Belén; su gloria es la nuestra; su vida es la
nuestra. ¿Cómo debemos corresponderle? ¿No quieres corresponderle a su amor mucho mejor?
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